Escritos de cuarentena
Los casos han ido incrementando notablemente, la cuarentena se vive de manera diferente en cada lugar del mundo. Desconozco por cuánto tiempo se extenderá la medida y si más temprano que tarde veremos brillar el Sol de nuevo. En la mañana dos fotografías me dejaron sin palabras, a través de una pared de vidrio, una chica le mostraba a su abuela el anillo en su dedo, dándole así la noticia de su compromiso. Supe de una persona contagiada de avanzada edad que en compañía de su cuidador, observaba su posible último cielo y cuando leo “No hay que preocuparse, solo es grave si tienes más de cincuenta años” no encuentro consuelo. He leído publicaciones que afirman que durante éste periodo la Tierra ha tomado un respiro, que la contaminación ha ido disminuyendo y que dentro de todo el caos nos hemos unido. No sé qué pensar al respecto, todo es confuso, el aislamiento no me es del todo extraño, un par de semanas antes de que llegara el virus ya me encontraba de vacaciones y mi estilo de vida en esas circunstancias no es tan distinto al actual, pero verse obligado a quedarse en casa y no decidirlo por voluntad propia es inquietante. Hoy estaría iniciando el tercer semestre; ahora el calendario se ve afectado.
Tengo la
hipótesis de que en los primeros meses de cada año siempre algo pasa, puede que
esté motivada por teorías conspirativas que han invadido internet últimamente,
a veces pienso que los medios se aprovechan de las coyunturas para desempolvar
material olvidado que difunden a través de diferentes plataformas para su
propio beneficio, haciendo incluso irónicamente una crítica a sí mismos, con el
fin de desviar la atención de lo que en verdad importa. Sí, eso también lo he
escuchado en las películas. La influencia del cine es increíble, pero es real;
decirlo me invita a analizar que incluir esos términos en una oración es
posible. Lo cierto es que no hay mejor manera de plantarse frente a los
problemas que ignorarlos y asumir otros como propios, eso he estado haciendo
desde que encontré algunas páginas que me permiten acceder gratuitamente a
largometrajes que de no ser porque no tengo la excusa de que debo concentrarme
en las asignaturas de la escuela, no habría visto. Las que me hacen llorar
parecen ser mi opción predilecta, en mi defensa, fue mi hermana quien guardó
cinco de ellas en mi laptop y me enseñó hace poco cómo activar los subtítulos,
los cuales me gustaría que no fueran necesarios en un futuro cercano, pero no
quiero poner mis esperanzas muy alto. Estoy aprendiendo a lidiar con el hecho
de que todo lo que escribo tiene cierto tinte poético, rimar o formar versos no
es mi intención, pero los cinco años que estuve jugando al recital dejaron
estragos. Encontré un fragmento de un monólogo que escribí un día como hoy para
la clase de actuación que no recuerdo haber mostrado y tiene esa misma
connotación.
Volviendo a
la adaptación cinematográfica de la novela homónima de André Aciman, tuve que
ver los últimos cuarenta minutos doblados al español en la única página que me
cargaba, quiero verla completa pronto en su lengua original, porque siento que
transmite más magia escuchar la intencionalidad que emplean Timothée y Armie en
cada frase. Como era de esperarse, me dejó una sensación de vacío que me motivó
a compartir imágenes con algunas frases significativas; junto con “Before
Sunrise” y “Before Sunset”, se sumó a mi lista de películas favoritas y de
momento ocupa uno de los primeros lugares, por no decir que el número uno. En
una entrevista, el autor del libro expresó: “La melancolía es muy diferente a
la tristeza. La tristeza es una percepción, mientras que la melancolía es a
veces revitalizadora. Te da esperanza, anticipas cosas en el futuro”,
curiosamente esa sensación me embarga constantemente y no me molesta, me hace
atesorar momentos que estoy viviendo y que sé que recordaré con nostalgia, me
invita a extrañar el pasado y a su vez el presente, aunque ahora mismo lo esté
viviendo. Hace casi un mes escribí lo siguiente: “Siento que voy a olvidar.
Pienso que llegará el día en el que olvidaré todo y mis recuerdos se los
llevará el viento uno por uno, hasta volverse polvo, hasta volverse cenizas.
Esa es la razón por la que escribo, por la que tomo tantas fotos, por la que
guardo tantas cartas y envoltorios vacíos, por la que me cuestiono al no
memorizar las palabras que alguien me dijo y que sé que en algún momento querré
traer de vuelta”, algunas personas puede que consideren esa sensación como
indicio de depresión, no me cierro a esa posibilidad, pero por ahora prefiero
considerarla una virtud, que me motiva a preservar y a crear.
Balcones
Cuando me asomo al balcón, por momentos siento que alguien me está mirando, veo a mi alrededor y nadie pareciera estar en casa, caigo en cuenta de que temen que si extienden las cortinas, de alguna manera pueda entrar el virus y que de nuevo mi imaginación al aburrirse me engaña. Tengo la impresión de que la ciudad se ha convertido en un pueblo fantasma y que las voces que escucho no tienen cuerpo ni morada, que pertenecen a los silenciosos que arman rompecabezas en su cama y que leen en la oscuridad cuando la luz se torna opaca. He encontrado distracción en observar cuánto se tardan, las arañas en tejer su compleja telaraña, me he hecho amiga de las aves que se han posado en mi ventana y he descubierto actividades que no sabía que me gustaban. Me he encontrado y me he perdido, cuando en mis pensamientos me he sumergido, he anotado frases dispersas que podrían ser material para un futuro libro, he llorado de impotencia y de mi elocuencia me he reído, estoy encontrando fuerzas para seguir cuando me rindo.
Cuando
terminé de ver “Parasite” ya era de noche y mi habitación estaba a oscuras, me
asomé por la ventana y acto seguido me senté en la esquina de la cama sin
emitir palabra, por un momento sentí que me encontraba en aquel lugar inundado
y que afuera la paleta de colores era similar. Tomé mi celular y al revisar las
notificaciones me percaté de que mi hermana había respondido el mensaje que le
había enviado un par de horas antes diciendo: “Te quiero mucho, cuídate en el
sentido de tomar las precauciones al salir a botar la basura u otra cosa.
Quizás la próxima semana los visite un ratito desde la reja (me da miedito
abrazarlos a ustedes en caso de salir y que algo se pegue a mi ropa)”, me anticipé
a las lágrimas antes de que cayeran y en mis ojos las mantuve.
Guardé en mi
galería un post que decía: “Hace años, un estudiante le preguntó a la
antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de
civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de
anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer
signo de civilización en una cultura Antigua era un fémur que se había roto y
luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna,
mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida.
Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota
el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es
evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se
cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha llevado a
un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien
más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización”. Puede que
éste sea el momento cumbre donde la humanidad renace de los escombros, héroes
anónimos han arriesgado su vida para atender a los enfermos, aunque en algunas
ciudades de China comenzaron a proyectar la cara de cada uno de los médicos que
ha estado combatiendo el COVID-19, siguen siendo rostros sin nombre cuya
historia desconocemos; miles de doctores y enfermeros en algún rincón del
mundo, siguen atendiendo a los aislados de respiración forzada, que en un
principio pensaron que tenían un simple catarro. Hay 157 países afectados, 335.000
casos confirmados, 97.000 personas recuperadas y 14.600 fallecidos.
Woaw, que increible:)
ResponderEliminarMuy bueno, te felicitó:)
¡Muchas gracias, Karen! Aprecio mucho que te guste 💕
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